30/12/08

Víctimas de la prensa: la difícil moral del periodista.

Dr. Antonio Turnes - Especial para DiarioSalud.net
Tuesday, 28 de October de 2008

En las últimas semanas hemos tenido una sucesión de hechos, poco difundidos, o desconocidos por la generalidad de los colegas e instituciones vinculados a la salud, de carácter preocupante. Uno en Montevideo y cercanías, otro en el interior profundo. Ambos con un denominador común: ser víctimas de noticias difundidas por medios de comunicación masivos. Si bien las situaciones que dieran lugar a este brillante artículo ocurrieron en Uruguay, su generalidad y profundas connotaciones éticas y morales nos llevan a invitar a una lectura detenida y un debate sobre el mismo a todos los periodistas que acceden a www.DiarioSalud.net
En un caso, un familiar de una paciente fallecida, en Montevideo, sale a la televisión un domingo, en noticiero central, para afirmar que su esposa había fallecido por culpa de un médico a quien identificó con nombre y apellido, institución a la que pertenecía, etc.
El médico había descubierto una anemia severa en la paciente, signo puede presentarse asociada a ciertos tumores; le palpó una tumoración abdominal y la refirió a un cirujano; la paciente falleció días después de un “cáncer al hígado”, posiblemente un secundarismo neoplásico por tumor digestivo, de evolución rápidamente fatal, existente además de aquél hecho comprobado que evidenciaba grave enfermedad.
La difusión pública, de esta noticia, que obviamente impactó en la opinión pública, en quienes conocían al médico, en la institución para la que trabajaba, fue de efectos terribles. El médico falleció de muerte súbita pocos días después, angustiado por el impacto que esta noticia le produjo. Tenía 64 años, y era compañero de generación. Bien conceptuado por su calidad humana y profesional, era apacible y tranquilo, dedicado por entero a sus pacientes. El oprobio de esta noticia, dicha así, largada al aire, sin confirmar, sin corroborar, tuvo efectos posiblemente fatales. Es comprensible el dolor del familiar. Pero la responsabilidad del periodista que difunde tal especie, debe señalarse.
En el otro caso, un medio escrito de una pequeña ciudad del interior, arremete contra un médico rural, de una población situada a más de cincuenta kilómetros, con un par de artículos, separados por quince días, dos ediciones del quincenario, para acusarlo de haber “matado” a un paciente que falleció. Que murió, aparentemente por un infarto masivo del miocardio, luego de una evolución prolongada con hipertensión mal controlada, sin hacer caso a los consejos médicos ni tomar la medicación indicada, con múltiples factores de riesgo, sobrepeso, tabaquismo, alcoholismo, y a una edad de la cuarta década, donde esta patología hace estragos. También aquí la conducta del periodista no fue responsable. No cotejó la información con las diversas fuentes, quizás tampoco con la familia. Pero destruye y afecta la reputación de un médico que radicado en el área rural, atiende con dedicación a sus pacientes de un amplio radio, sin medios a su alcance para responder rápidamente estas notas que afectan su honor y buen nombre profesional.
Además de estos dos, que hemos tomado como emblemáticos, hay una multitud de otros casos, que se han dado en el curso del último año solamente, sin ir a buscar más atrás, donde por cuestiones o no vinculadas con casos de eventual responsabilidad profesional, se somete a los profesionales de la salud al escarnio público, difundiendo su nombre y apellido, lugar de trabajo y especialidad, hasta sus características físicas y fotografía, por supuestas imputaciones, no comprobadas, de cualquier naturaleza. Cuando en casos de delitos flagrantes, cometidos por cualquier persona que carezca de antecedentes penales, su nombre es ocultado bajo sus iniciales, por hechos mucho más graves, y sin embargo, se tiene una actitud discriminatoria frente a los médicos, enfermeras y personal de salud. Algo realmente curioso, si no fuera casi patológico. Un violador se nombra bajo iniciales “N. N.”, pero si es un médico o enfermera el doctor o la enfermera “Fulano” o “Mengana de Tal”. Estas manifestaciones en medios masivos de comunicación producen graves efectos sobre los profesionales afectados, sus pacientes y sus familias, su lugar de trabajo y un amplio etcétera. ¿Se puede proceder así gratuitamente? ¿No hay norma que ampare a los ciudadanos, siguiendo la disposición constitucional de que en su Art. 7º establece: “Los habitantes de la República tienen derecho a ser protegidos en el goce de su vida, honor, libertad, seguridad, trabajo y propiedad. Nadie puede ser privado de estos derechos sino conforme a las leyes que se establecen por razones de interés general”. Y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Organización de Naciones Unidas en 1948, en su Art. 11º, inciso 1º, establece: “Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa”. Parece que, en los casos señalados, se está olvidando dos normas fundamentales, además de muchas de menor rango.
¿Por qué ocurre esta diferencia? ¿No hay pautas éticas para el periodismo? ¿No existen disposiciones legales y normas aplicables? ¿Podría haber malapraxis periodística? O es que hay un exceso manifiesto, o falta de conocimiento sobre el manejo de estas situaciones, sin despertar alarma pública.
No estamos hablando mal, ni en contra, de la libertad de prensa, que consideramos constituye un principio democrático que debemos defender en toda circunstancia. Hablamos de la falta de profesionalidad de algunos periodistas, no queremos ni podemos generalizar porque las situaciones denunciadas son la excepción y no la regla. Que desconocen las normas básicas de su arte y de su ética. Y que afectan impunemente a personas que hacen su trabajo con dedicación y no saben las triquiñuelas de cómo defenderse de los malos periodistas.
Carlos Vaz Ferreira (1872-1958), un filósofo uruguayo, tal vez el mayor pensador que tuvimos en el siglo XX y hasta hoy inigualado, dejó en su “Moral para Intelectuales” una pieza imperdible relacionada con la Moral de los Periodistas. Veamos un fragmento:
“MORAL DE PERIODISTAS
“Paso a hablar brevemente de la moral de los periodistas.
“A propósito de la moral de los abogados, planteábamos la cuestión de si existirán o no ciertas profesiones que lleven en sí una especie de inmoralidad intrínseca o inseparable de la profesión misma, y decíamos que la cuestión podía efectivamente discutirse con respecto a la profesión de abogado, quedando siempre bien entendido que esa inmoralidad intrínseca representa simplemente la parte mala de algo bueno o necesario, y que el admitirla no significa admitir que la profesión es mala, sino simplemente saber, en un estado de espíritu sincero, reconocer cuándo existe ese mal inseparable del bien.
“Era, esta cuestión, discutible con respecto a los abogados; también es discutible con relación al periodismo. Y mi sinceridad me obliga a decirles que, aquí también, yo casi creo que esa inmoralidad intrínseca existe, y que no es posible suprimirla del todo.
“La prensa es un bien, un inmenso bien, es todo lo que se dice, y hasta todo lo que se declama sobre ella; es apostolado, sacerdocio, cuarto poder y todo lo demás; es todo eso – sinceramente -; pero los bienes que la hacen tal no pueden separarse de ciertos males. Razón de más para estudiarlos, para prevenirnos contra esa especie de inmoralidad intrínseca, con el objeto de saber si es posible evitarla, y, si no, atenuarla hasta donde nos sea posible.
“Ante todo, y si bien se piensa, la prensa es realmente una cosa formidable: la impresión que se siente ante ella, si tratamos de librarnos de la costumbre, casi no puede ser otra que de terror. Existe en mecánica un aparato, que se llama, justamente, prensa, también: la prensa hidráulica, por cuyo medio, como nos enseñan los tratados de física, un niño puede realizar trabajos colosales, puede levantar moles, puede triturarlas; pues bien: en la otra prensa, sucede absolutamente lo mismo: cualquiera, también, puede, por ejemplo, levantar reputaciones, o hacerlas pedazos, con la mayor facilidad, y hasta con la misma inconsciencia del niño. Por eso no encuentro otros términos que espanto o terror ante esa desproporción colosal entre la causa y el efecto.
“Sean dos de ustedes, iguales en inteligencia, iguales en saber, iguales en todo; pero el uno “escribe en un diario”, y, el otro, no. Ambos opinan sobre una misma cuestión: política, filosófica, científica, económica, personal… La opinión del uno, produce efectos en un radio limitadísimo; en su casa, en las conversaciones que pueda tener en la calle con cinco o seis amigos, y nada más; entretanto, la opinión del otro, que es igual, puede al otro día, manifestándose por medio de un artículo, impresionar a todo el país; puede llevar la convicción, hacer creer en un hecho, tal vez falso, a millones de personas; puede destruir una reputación para siempre; puede hacer al honor, a la felicidad de uno o de muchos seres, un mal irreparable; sin embargo, la fuerza era la misma.
“Realmente, cuando se piensa, esto causa espanto. Por consiguiente, la moral de la prensa es una moral delicadísima. El que dispone de un poder semejante, se encuentra en una situación especial, y contrae deberes que se diferencian de los otros deberes en que tienen una intensidad también formidable, o que debería sentirse como tal; y entretanto, como les decía, hay en la prensa, a mi juicio, una causa de inmoralidad intrínseca, inevitable, que puede descomponerse en dos: en lo relativo a los hechos, la obligación de afirmar sin información bastante; y, en lo relativo a la doctrina, la obligación de opinar sobre todos los asuntos.
“La obligación, digo, de informar sobre los hechos sin base suficiente. Esto es inevitable, y es grave. Enseñamos ya para el caso limitado y menos grave de las conversaciones privadas, que hay que guardarse bien de hacer una afirmación antes de tener sus pruebas; que antes, por ejemplo, de atribuir a una persona un acto que pueda afectar su reputación o su tranquilidad, han de buscarse todas las pruebas necesarias. Entretanto, la prensa está organizada de una manera tal, que la afirmación (y, si no, la insinuación), debe venir siempre, casi fatalmente, antes que la prueba, o, en todo caso, nunca puede esperar la prueba lógicamente rigurosa, ni aún aceptable.”
Luego de un extenso desarrollo, donde pone algunos ejemplos de acciones concretas en las que una información insuficientemente comprobada, difundida en un medio de prensa, ocasiona daños irreparables, termina su artículo de esta forma:
“El joven que escribe para los diarios, adquiere, y en poco tiempo, una facilidad que generalmente le resulta engañosa; siente que su capacidad para el trabajo ha aumentado. Efectivamente, no era capaz antes, tal vez, de escribir dos o tres párrafos en una hora; después de algún ejercicio en la prensa es capaz de escribir en ese tiempo media columna, o una entera, con facilidad, con corrección, y muy a menudo, con brillo. Siente entonces la sensación de que es más capaz que antes para el trabajo; y en cierto sentido, naturalmente, lo es; pero esta mayor facilidad tiene generalmente una compensación muy triste; a medida que se va adquiriendo la capacidad para el trabajo fácil, se va perdiendo la disposición, y al fin hasta la misma aptitud, para el trabajo concentrado, fuerte, difícil; tanto el estilo, como el mismo pensamiento, se van acostumbrando a la falta de resistencia. Ahora bien, ese es justamente un mal sudamericano; por eso decía que, sean cuales sean los hechos en los medios europeos, en nuestros medios (aquí, como en todo, hay que observar directamente) tenemos ya demasiada tendencia a ese estado de espíritu; y, por consiguiente, lo que tal vez no es peligroso allá, aquí puede serlo; y es, a mi juicio, lo que la experiencia demuestra. Si me fuera dado hacer una comparación, les diría que el buen vino no se puede preparar en recipientes abierto; en éstos se produce, es cierto, un vino suave y alegre, para el consumo corriente; pero el de fondo, concentrado y fuerte, ése tiene que fermentar y condensarse en recipientes cerrados, con la resistencia y con el tiempo.
“Pues bien, con nuestra cosecha intelectual, sucede que casi toda se gasta en esa preparación fácil para el consumo inmediato. Pero no hay reserva; y creo que la prensa tiene bastante culpa.
“Las inteligencias jóvenes, salvadas siempre las excepciones, tienen aquí tendencia a la producción fácil. No sólo las jóvenes: algunas conozco que ya estaban hechas, y a las cuales, sin embargo, esa tarea diaria de la prensa, que obliga a la producción fácil, ligera, sin esfuerzo, les ha quitado la capacidad de concentración. Si mis afirmaciones resultaran violentas, podría demostrarlas; pero no aquí, donde sería triste y molesto nombrar a tantos “que hubieran sido y que no fueron”…
“Naturalmente, me hubiera sido sumamente fácil arreglar todo esto más o menos inteligentemente, y demostrar a ustedes que hay medios de combatir con facilidad el mal; pero hubiera sido poco sincero. Lo más que creo, es que el periodista podría hacer una especie de separación (y este va a ser mi consejo práctico): hacer una especie de separación entre su personalidad de periodista y su personalidad intelectual propiamente dicha: reservarse una o dos horas diarias para un trabajo difícil, para concentrar, para corregir, para pulir, para ahondar, para condensar, en resumen; pero debo declararles que ello es mucho más difícil cuando el trabajo que constituye nuestra profesión es del mismo género, esto es, del género intelectual. Ustedes oirán decir muy a menudo que es inexplicable cómo algunas personas pueden, por ejemplo, ser poetas y ganarse la vida en un empleo administrativo ínfimo e ininteligente o sumando números en un Banco. Pues bien, hay aquí un error; mientras más diferente es el trabajo profesional del intelectual propiamente dicho, menos lo perjudica; justamente el inconveniente del trabajo de la prensa, está en que se parece mucho al trabajo intelectual. Ser empleado de Banco o auxiliar de oficina, y autor de libros, es más fácil; y más fácil sería todavía ser carpintero, desempeñar un trabajo manual cualquiera, y reservarnos entonces nuestra inteligencia completamente libre para el trabajo intelectual intenso.”
Hemos tomado sólo dos casos, de los muchos acumulados a lo largo y ancho del país, donde no son legión, pero están esparcidos periodistas que buscando el sensacionalismo de la noticia, de una tapa de periódico, o cabeza de un noticiero, usan, queremos creer que sin pensar en las consecuencias, este tipo de informaciones mal manejadas, que producen tanto daño. Y que van minando, la confianza y relación que debe existir en la atención de la salud.
Es recomendable leer el libro de Vaz Ferreira, que también contiene su capítulo de “Moral para Médicos” y “Moral para Abogados”, entre otros. Pero con el fragmento transcripto queremos, a la vez que recordar al filósofo y pensador de cuya muerte se cumplieron 50 años, y le fue dedicado el Día del Patrimonio, estas reflexiones, que hacen no sólo a la prensa escrita, que era la que existía en 1908, cuando dictó esta Conferencia el Maestro, sino a todos los medios de comunicación masiva que luego aparecieron: la radio y la televisión, el cable e Internet.
¿Dónde queda la responsabilidad de los periodistas y de los dueños de los medios? ¿Dónde está la calidad de los periodistas? ¿Este tipo de informaciones sin corroborar o confrontar con las diversas fuentes, es profesionalmente adecuado tratarlas de este modo, o será que se está procediendo sin calidad, ni control de calidad? ¿Qué podemos hacer para evitar que se hagan irresponsables acusaciones, que desprestigian o matan personas dignas? ¿Habrá que recurrir a la Justicia para demandarles por su responsabilidad? ¿O habrá que mejorar su ética y su formación?

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